Alejandro Speitzer, un hombre reflexivo, disciplinado y comprometido

Son las 11:00 am y a la Ciudad de México la cubre un sol implacable. De un lado de la cancha está el director de arte de la revista, el miembro del equipo con más habilidades para el tenis, y del otro está Alejandro Speitzer. El poc-poc característico del peloteo resuena en los muros de los edificios contiguos. El fotógrafo dispara en una docena de ocasiones y lo que resulta es una secuencia de movimientos que revela dos cosas. La primera es que Alejandro tiene experiencia real en el tenis (esto no puede fingirse). La segunda es que su físico, aunque impactante, no es un adorno. Se mueve con agilidad y tiene la resistencia cardiovascular de alguien que entrena con asiduidad. Esto último queda claro al ver que no deja de moverse incluso cuando han parado las fotos. “Siempre he sido una persona muy activa”, cuenta. “De los 14 a los 18 me entró mi etapa de tenista. No sólo jugaba, entrenaba. Es un deporte que me hubiera gustado tomar más niño”. De ser así, quizá hoy tendríamos a un destacado representante mexicano en el Circuito de la ATP, pero no podemos quejarnos: nos perdimos de un gran tenista, pero ganamos un extraordinario actor. 

El poder de la conexión

Alejandro tiene más créditos en cine, teatro y televisión que años vividos (cumple 30 el próximo enero) y ha sido una presencia constante en las pantallas desde hace dos décadas, pero sin duda la era del streaming es lo que lo ha situado como uno de los talentos mexicanos con mayor proyección a nivel internacional, con producciones como Alguien tiene que morir, Oscuro deseo y La Cabeza de Joaquín Murrieta. Si apareció en tu radar recientemente, debes saber que detrás de esos éxitos hay un hombre que lleva mucho tiempo perfeccionando su oficio y reflexionando sobre el impacto que tiene lo que hace. “Creo que el cine, el teatro y la televisión tienen un poder muy interesante. Permiten tocar fibras sensibles y hacen que grandes masas se conecten con una misma historia”. El objetivo, explica, es contribuir a que otros experimenten lo mismo que él ha vivido como espectador. “Quiero que se sientan como yo me sentí el día que vi por primera vez Grease y conecté con los musicales o la primera vez que vi The Godfather, esas películas que a mí me han motivado y me han llenado tanto. Eso es lo que me interesa: tener historias con personajes complejos con los que más de uno se pueda identificar, más allá del género”.

A esta empatía por el espectador se suma un profundo sentido de responsabilidad que guía sus elecciones. “Cuando recibo un guion pienso en un plano general, de qué va la película, qué quiere contar y cuál es el mensaje que hay detrás. Y, obvio, también el personaje. ¿A dónde puedo llevarlo? ¿Qué me interesa de su psicología? ¿Me veo yo en ese personaje? Porque a veces puedes leerlo, creer que es maravillosa la historia, pero simplemente no verte en el personaje y hay que ser muy honesto en eso. Creo que es una responsabilidad que uno tiene, de conocer sus capacidades y el tipo de actor que es”.

Han pasado cosas mucho más grandes de lo que yo soñé y eso me hace ser un afortunado

Arriesgando el físico

Recientemente, Alejandro acaba de terminar la filmación de un proyecto que considera uno de los más desafiantes de su carrera. Se trata de la película A Billion to One, una producción de Prime Video que representa un parteaguas para la industria del cine en México. “Somos un país que consume muchísimo el género de acción pero no lo creamos, viene de fuera”, dice. “Tengo la sensación de que este proyecto puede ser esa puerta que haga que suceda lo que sucedió en el cine coreano, por ejemplo. Ellos tienen una industria muy potente y hacen un cine de acción espectacular”. En esta cinta, Alejandro interpreta a Miguel, un soldado de élite y el mejor amigo de Carlos (Omar Chaparro), también militar, quien buscará vengar la muerte de su esposa. Como podrás imaginar, la exigencia física de un proyecto así es considerable. “Fueron seis semanas de ensayos con el equipo de stunts. No sólo tiene que ver con aprenderte las coreografías que, por cierto, son muy complejas, sino con estar a la altura de lo que se necesita para el día que llegue tu escena. La vas a repetir 20 o 30 veces, así que físicamente tienes que estar muy fuerte. Yo tengo un tiempo boxeando y fue una casualidad. Esto ayudó a la hora de empezar con las coreografías y los movimientos”.

Como ocurre con todo lo que hace, Alejandro no se quedó a medias, decidió asumir el reto y sumergirse de lleno en el papel, con los riesgos que esto implica tratándose de una película de acción. “Hice más del 90% de mis escenas de acción. Salvo algún detalle o alguna caída muy particular, prácticamente lo hice todo yo. El equipo de stunts estaba de acuerdo con esto. Ellos también saben lo valioso que es tener la toma y no tener que cubrir la cara con el cuerpo y demás. Creo que tendremos un gran resultado”. Aún no se anuncia la fecha de estreno de A Billion to One, pero el trabajo de Alejandro ya está hecho y lo que viene ahora es un merecido descanso antes de asumir el siguiente reto.

¿Qué hace para dejar atrás un personaje y reconectar consigo mismo? “Hacer las cosas que en realidad amo de la vida”, afirma. “Ver a mi madre, ir al cine, estar en mi casa y leer. Creo que esas cosas son a las que uno se tiene que aferrar, son a las que siempre vuelvo”.

En un medio que se presta para perder el piso rápidamente, algo que llama la atención de la manera en que se conduce Alejandro es su templanza y la claridad con que ve las cosas. “Soy una persona que trabaja mucho en la capacidad de asombro, en no perderla. Han pasado cosas mucho más grandes de lo que yo soñé y eso me hace ser un afortunado. Me sigue asombrando y me sigue emocionando, no sé si exactamente como el primer día pero sí de una forma muy especial”.

Estándares elevados

Hay personas que no se conforman con hacer lo indispensable. Para ellos, la vida, y esto aplica tanto para la personal como la profesional, no se trata nada más de cumplir, sino de apuntar siempre más alto. Está claro que Alejandro es uno de ellos. “Trato de mejorar no sólo para mí, sino para la gente que me rodea”, afirma. “Esto con la idea de poder siempre ofrecerles mi mejor versión”. Con esto en mente, resulta natural que se sienta atraído por objetos que reflejan esos valores. Quizá el mejor ejemplo de esto es la relojería, un ámbito que combina creatividad con precisión y una extraordinaria atención al detalle. “Hace poco estuve en la manufactura de Bulgari y tuve la oportunidad de conocer el proceso. Lo relacionaba un poco con mi trabajo. Uno va, se sienta en la sala de cine y ve el resultado final, pero entender todo lo que hay detrás es difícil hasta que no lo ves. Lo mismo con un reloj. Es todo un proceso y son manos que trabajan por meses para que todas esas piezas funcionen en un espacio tan pequeño. Sin duda es un mundo que me gusta”.

Como decíamos al comienzo, Alejandro está perfectamente alineado con los valores que buscamos difundir en MH, y es por eso que resulta tan apropiado que ocupe el sitio de honor en la revista. “Men’s Health es un espacio clásico del hombre. Me encanta que se hable sobre estilo de vida y sobre deporte, que es algo que disfruto tanto y que no se va, que ha estado presente en el futbol, el tenis y el box ahora. Me encanta poder compartir que no todo tiene que ver con lo físico, sino con cómo te sientes por dentro. Yo me siento bien no por cómo me veo en el espejo, sino porque sé que estoy haciendo las cosas lo mejor que puedo y eso es lo que de verdad importa”.

Podríamos pasar varias horas enviándole pelotas para que practique su revés, conversando con él y riendo entre tomas, pero una vez terminada la sesión, Alejandro tiene que partir. El éxito viene con una agenda apretada. La sensación que nos queda es que con él, el cine mexicano está en buenas manos. Tiene el arrojo propio de la juventud, una verdadera pasión por contar historias, el ojo del artista consagrado y un cuerpo capaz de lidiar con el rigor de las escenas de riesgo. Es un poker de ases o, para decirlo con un término más apropiado para la ocasión, un Grand Slam.

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