Anécdotas para el Día del Padre: A Superman se le cayó la capa
Los hombres vivimos la paternidad de forma distinta.
Tengo dos hijos maravillosos (igualitos a los tuyos, quizá). Los míos tienen 10 y 13 años, justo en el rango de lo que llaman “preadolescencia”, y comienzo a ver cómo el mayor, a pesar de su infinita nobleza, empieza a notar que su padre no es más ni menos que un humilde mortal, lleno de errores y defectos. Debería ser cotidiano, pero no puedo evitar sentir entre pena y vergüenza por no estar a la altura del héroe que él tenía en la cabeza y el corazón.
Desde que nacieron, vieron que papá era más fuerte, tanto que los cargaba a ambos a la vez y corría por el jardín; que jugaba mejor que ellos en todos los deportes y que, además, era mucho más alto.
Nunca olvidaré la ceremonia de fin de año cuando el mayor dejó el jardín de infantes. Ataviados con una minitoga y un minibirrete, los llamaban uno por uno para la foto con la maestra en la parte central del escenario, donde antes habían bailado y cantado villancicos navideños.
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Mientras tanto, los padres escuchábamos los audios de los sueños de nuestros hijos, que las maestras habían grabado como sorpresa para nosotros. Era lindo escuchar a todos esos pequeños de cuatro años proclamar que serían bomberos, abogados, policías y astronautas. Cuando le tocó al mío, no pude evitar botar un lagrimón al escucharlo decir: “cuando sea grande quiero ser papá y trabajar en…” (la empresa en la que yo trabajaba en esos días). Fue la grabación más celebrada del día. Quedé abrumado y feliz en partes iguales.
Soy un tipo normal con aciertos y errores, pero también con muchas ganas de aprender con él a ser mejor.
Hoy apenas le llevo 10 centímetros de estatura, en el futbol es mejor que yo, y ahora pido su ayuda cuando hay que cargar algo en casa y lo hacemos de a dos, en partes iguales. Pero últimamente, de reojo, he visto su cara varias veces y me traiciono imaginando que en su cabeza flotan preguntas como: “¿qué te pasó?”, “¿dónde está mi superpapá?, ¿cuándo se te cayó la capa? Y es que, con el tiempo, he aprendido que la gran labor de ser padre puede venir acompañada de la decepción, la de los hijos hacia nosotros.
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Reflexionando con la almohada he concluido que mi rol es acompañarlo en esta nueva etapa. Que vea que soy un tipo normal con aciertos y errores, pero también con muchas ganas de aprender con él a ser mejor. Eso es lo que nos convierte en admirables quizá, las ganas de seguir mejorando nuestros defectos y compartiendo nuestras virtudes por nosotros y por ellos. Por eso seguiré construyendo entre juegos, experiencias, aprendizajes, risas, fracasos y victorias nuestra felicidad.
Hoy pienso en todo esto justo en el marco de las celebraciones de quienes se convertirán ahora en la imagen de aquel que alguna vez nos guió a nosotros cuando éramos niños: ese ser mitológico llamado padre que un día vuela tan alto que se le queman las alas.
Y, ¿por qué no?, intentaré ayudar a otros héroes a levantar su capa si nos cruzamos por el pasillo del trabajo, recordándoles que aquí, al menos, estamos seguros de las miradas de los más pequeños y podremos continuar luchando para cumplir con sus expectativas.
A todos ellos, les recomiendo de corazón un hermoso poema de César Vallejo que habla de la frágil y antagónica condición humana, se llama “Considerando en frío, imparcialmente…”. Algún día espero ser el abuelo de las hijas o hijos de mis hijos, y los ayudaré a entender este cambio que hoy vivo con ellos. Nos sentaremos juntos y conversaremos sobre el momento y sus matices para que lo entiendan sin dolor… considerándolo en frío, imparcialmente.
Oscar Banda es vicepresidente y director general de B2B en AT&T México.
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