Fitness

Fuerte para los demás

Como parte de la Guardia Costera, el experto en supervivencia y aviación Scott Ruskan ayudó a salvar a 184 personas de una inundación devastadora. Así es como lo hizo.

Por: Ben Court
1 diciembre, 2025

Era el típico verano tejano. El cielo estaba despejado y la temperatura se acercaba a los 30 grados centígrados. Era el 2 de julio y el oficial Scott C. Ruskan se encontraba en una jaula sumergible diseñada para asemejar la cabina de un helicóptero. Esto como parte de un ejercicio de entrenamiento de la Guardia Costera.

Ruskan es un experto en aviación y supervivencia. Conocido también como nadador de rescate. La clave para completar con éxito el ejercicio en cuestión es respirar con profundidad antes de que la estructura golpee el agua y mantener la calma mientras liberas tu arnés y abres la puerta para nadar hacia la superficie. “Estar atrapado bajo el agua no es una sensación agradable”, dice. “En la Guardia Costera siguen un protocolo paso a paso. Si es tu primera inmersión, no lo haces de cabeza aún”. Después de cuatro repeticiones, cada una más retadora que la anterior, incluida una en la que el objetivo es pasar dos minutos sumergido y respirar a través de un pequeño cilindro de oxígeno, Ruskan se tomó un descanso y acudió a tomarse una cerveza con el oficial Tommy Hyde en un restaurante ubicado frente al agua en South Padre Island. Con su bigote rubio, Ruskan recuerda a Goose de Top Gun, solo que es más fornido que el icónico personaje. Después de estudiar contabilidad en Rider University y de un breve lapso trabajando en KPMG, Ruskan se unió a la Guardia Costera en 2021 y se apuntó para una certificación de 22 semanas como experto en aviación y supervivencia. Entre el 50 y 85% de los sujetos fallan a lo largo del curso. No consiguió pasar la prueba en el primer intento ya que no completó el ejercicio de “superviviente combativo” en el que un instructor simula a un sujeto que debe ser rescatado pero que entra en pánico y opone resistencia. El rescatista debe tomar el control y llevar a la persona hasta un sitio seguro. Cuando Ruskan lo intentó por segunda vez, ahora con más confianza en sí mismo, superó la prueba de inmediato.

El nadador de la Guardia Costera de Estados Unidos, Scott C. Ruskan, en acción en Corpus Christi el 4 de septiembre. Foto: Justin Bastien

Con 26 años de edad, había pasado 11 meses en Corpus Christi entrenando. Hacía turnos dobles, aprendiendo sobre mecánica y presentándose como voluntario para tantos ejercicios como fuera posible.

Ambos hombres, Ruskan y el oficial Hyde, más veterano que él, compartían un plato de nachos y conversaban sobre la vida en la Guardia Costera. Ruskan le confesó que se sentía algo frustrado. A pesar de haber pasado años entrenando, aún no había sido llamado para participar en un rescate. Esto hacía que sintiera algunas dudas sobre si, llegada la hora, sería capaz de responder de forma adecuada. Hyde le aconsejó que se relajara. Su oportunidad llegaría.

A unos 300 km de ahí, cerca de Kerrville en el centro de texas, estaba lloviendo con intensidad y se estaban formando tormentas. Al día siguiente, a la 1:18 pm, se levantó una alerta en Kerr County, donde se encuentra Camp Mystic, un campamento para niñas a la orilla del río Guadalupe. Unas horas más tarde, Ruskan y tres oficiales más iniciaban su turno de 24 horas. Poco después de la media noche, cuando todo el mundo dormía, múltiples tormentas convergieron y en unas horas llovió tanto que se desbordó el río. Pasó de fluir con un torrente de seis pies cúbicos por segundo a 120 mil. El daño fue catastrófico en el área, incluyendo algunas cabañas del campamento.

La alarma de la estación sonó alrededor de las 6:00 am. Minutos después, el comandante Ian M. Hopper informó al equipo: la teniente Blair O. Ogujiofor, el copiloto Seth N. Reeves y Ruskan, operador. Lo único que sabían era que había personas atrapadas en el campamento. Se subieron a su helicóptero MH-65E y se dirigieron al lugar justo cuando salía el sol.

En la Guardia Costera se enfocan en la estandarización. Todo el mundo entrena para trabajar en conjunto de forma meticulosa. Aunque esta era la primera misión que hacían juntos, se habían preparado desde hace más de una década. Hopper, de 30 años, se enlistó en 2015. El jefe Hyde lo describe como “un apasionado de la aviación que sabe mantenerse en calma”. Hopper me dijo que eligió la Guardia Costera porque su objetivo era salvar a otros. “Prefiero rescatar personas que dispararles”. La parte más estresante de su entrenamiento, dice, fue trabajar con aeronaves cada vez más rápidas. Lo cual te prepara para lidiar con una gran cantidad de tareas y un estrés cada vez mayor. Los instructores te ponen mucha presión intencionalmente, de acuerdo con Hopper, de manera que tengas que aprender una gran cantidad de información en poco tiempo y en circunstancias de riesgo. “Fue muy bueno experimentar eso y aprender a tomar las cosas con calma y seriedad. En una misión, el ego se queda afuera porque necesitas el apoyo de todo el equipo”.

Hopper explica que los pilotos tienen un mantra: “pilotar, navegar y comunicar”. En ese orden. En el MH-65E hay un copiloto que puede hacerse cargo si es necesario, pero ayuda, sobre todo, con la navegación y las comunicaciones. Ogujiofor, también de 30 años, estudió aeronáutica en Texas Southern University y se unió a la Guardia Costera en 2016, atraída por su deseo de ser una piloto. Se graduó de la escuela de aviación en 2022 y llevaba tres años en Corpus Christi. Es parte del menos de 1% de pilotos que son mujeres de raza negra. Como Hopper, emana calma y fuerza. Se siente tan cómoda hablando de vectores de vuelo como de Grey’s Anatomy o NCIS.

Ella explica que para volar un helicóptero se necesita perfecta coordinación y gran concentración porque “estás haciendo muchas cosas al mismo tiempo”. Hay tres controles principales: tu mano izquierda sostiene la palanca colectiva, la cual controla la elevación. La otra mano tiene la palanca cíclica, la cual determina la dirección. Los pies aprietan los pedales antitorque, los cuales están conectados al rotor de la cola. Durante el entrenamiento, primero aprendes a usar la palanca cíclica y “cuando eso se siente bien, estás listo para más”, dice Ogujiofor. Luego, viene la colectiva y piensas “espera un momento, déjame acostumbrarme”. Más tarde viene el torque y ya tienes el control completo. “Dada la coordinación que se requiere, no es algo que puedas hacer de inmediato”.

El jefe Hyde describe a Ogujiofor como “una de las pilotos con las que es más divertido entrenar”. Ella ya ha realizado varios rescates, como copiloto y piloto. “Típicamente, hacemos misiones marítimas”, explica. “Alguien activa una señal de emergencia o la familia reporta que no han sabido de una embarcación. A veces se necesita una evacuación y en ocasiones ayuda mecánica. A veces todo está bien y es una falsa alarma”.

En caso de que se requiera un rescate, el operador baja al nadador, quien sujeta al paciente. En este vuelo, el operador era Reeves, de 25 años. Se unió a la Guardia Costera saliendo de la escuela preparatoria en 2019 y estuvo primero en una base en Lake Charles, Louisiana. En 2024, obtuvo su certificación como mecánico de vuelo. Es alguien metódico y competente. Brinda confianza. Entre sus labores está operar la radio, el radar y otros sistemas, además de bajar al nadador. Trabaja de cerca con los pilotos y debe poner atención a los límites de peso. “Nunca estás realmente solo”, dice. “Las decisiones se toman como equipo”. Aunque Reeves había realizado algunos vuelos antes como operador, esta fue su primera misión de rescate y “nunca había tenido el honor de salvar una vida”.

Los nadadores son quienes tienen el trabajo más demandante. Deben entrenar dos veces por semana en tierra y dos más en el agua, pero usualmente hacen más que eso. Una sesión típica es un circuito de alta intensidad que incluye empuje de trineo, caminata de granjero y burpees pero con dos lagartijas, además de mucho trabajo de abdomen. Mantienen sus pesas en el hangar y entrenan en las pistas mientras escuchan heavy metal. Cuando entrenan, se mueven con propósito y determinación. El punto no es la estética. Su sesión simula las demandas físicas que enfrentan en sus misiones. Los puntos clave son fuerza, velocidad, agilidad y resistencia.

Durante los entrenamientos en alberca, los nadadores de rescate hacen muchos ejercicios de patada, nadan con bandas de resistencia y aguantan la respiración bajo fatiga. También trabajan en equipo. Hacen un ejercicio en el que dos nadadores hacen avanzar un ladrillo bajo el agua a lo largo de 100 yardas. Pero solo pueden moverlo juntos y deben tomar turnos para subir a respirar. Ruskan recuerda que, una vez, durante el entrenamiento, se desmayó al hacer este ejercicio. “Empujé demasiado lejos. Pero es un ambiente de entrenamiento muy seguro”, explica. “Todo el mundo estaba feliz porque gracias a eso tuvimos un descanso de 10 minutos”. Más allá de las ganancias en el terreno físico, el beneficio más importante que brinda el entrenamiento es aprender a mantener la calma al realizar tareas difíciles y estar en situaciones incómodas. “Se trata de averiguar dónde están tus límites para que puedas mantenerte a salvo y mantener a salvo a otras personas”.

Mientras el helicóptero naranja volaba al norte de San Antonio, las condiciones se complicaron. Las nubes llegaron más abajo y el terreno se volvió más escarpado. Hopper y Ogujiofor discutieron cuál era la mejor estrategia. Podían ir más alto y volar usando solo los instrumentos, pero eso era arriesgado porque podría complicarse el descenso en Kerrville dado que no conocían el terreno. Decidieron volar por debajo de las nubes, a una altura de entre 90 y 120 m, a lo largo de los valles.

De pronto, las nubes se encontraron tan abajo que tapaban las cumbres de las colinas. El equipo perdió el contacto visual con el suelo y el cielo, con lo cual solo les quedaba volar usando sus instrumentos. Hopper activó el piloto automático y el helicóptero se elevó a una altura de 1,200 m. “El parabrisas se pone todo blanco. Es algo que te desorienta. Tu cuerpo te dice una cosa y tus ojos otra. En ese escenario, no puedes perder ni un segundo. Diría que es la primera vez que el piloto automático me salva la vida”.

Aunque los pilotos practican pasar de volar con referencias visuales a usar los instrumentos, nadie de ellos lo había hecho en la vida real. “Todo el mundo hizo lo que tenía que hacer y se mantuvieron en calma”. El equipo decidió volar a San Antonio y revalorar la situación.

Cargaron combustible e hicieron un intento más por llegar a Kerrville. De nuevo, se complicó la situación y, tras aterrizar en el Boerne Stage Airfield, volaron al oeste, donde se había establecido el área de operación de la Guardia Nacional. Para llegar a donde tenían que ir se desplazaron a menos de 100 m de altura siguiendo los caminos en la medida de lo posible. “Era como manejar”, dice Hopper.

Reeves usaba Google Maps para hallar la ruta y Hopper volaba utilizando referencias visuales. Ogujiofor estaba a cargo de las comunicaciones y alertaba en caso de obstáculos como torres de radio o cables de alta tensión. Ruskan estaba monitoreando el clima en su teléfono. Su misión: volar a Camp Mystic, a 60 km, y rescatar a cientos de niñas que estaban atrapadas.

A las 2:30 pm llegaron al área. “Parecía una zona de guerra”, dice Hopper. “Había múltiples helicópteros a lo largo del río sin ningún orden”, dice Ruskan. El sistema de tráfico aéreo del helicóptero no paraba de sonar, y esto solo incrementaba el nivel de estrés. Había de 10 a 15 helicópteros operando al mismo tiempo. “El agua se movía muy rápido y había muchos escombros”, dice Ruskan. “No había forma de que pudiera entrar al agua a menos que estuviera sujeto al helicóptero”. En cuanto a Camp Mystic, todos los puentes y caminos parecían estar destruidos y la velocidad del agua hacía difícil el acceso por bote. Había un grupo de alrededor de 200 personas, niñas de entre siete y 17 años, con algunos consejeros, reunidas en un punto alto. “Nunca había visto a tantas personas que requirieran asistencia simultáneamente”, dice Hopper.

La situación era caótica y peligrosa, y la comunicación enredada ya que todos los helicópteros usaban la misma frecuencia de radio. El equipo decidió aterrizar lejos del río, al norte de Camp Mystic, para poder escuchar mejor la radio y quemar algo de combustible, de manera que pudieran llevar a más personas. Dejaron a Ruskan con el grupo de niñas. Parecía un sitio relativamente seguro, unos seis metros arriba del nivel del agua, de manera que pudiera coordinar el rescate. “Además, que yo me quedara en tierra significaba más espacio en el helicóptero para sobrevivientes”.

Ruskan comenzó a valorar las lesiones. “Había algunos golpes menores, así como esguinces, pero la mayoría podían moverse bien y a los que no, los cargamos hacia el helicóptero”, dice. “Mi prioridad era sacar a las niñas de la zona de inundación rápidamente y llevarlas a que recibieran atención porque no teníamos información sobre el clima”. Tuvo que esforzarse para mantener sus emociones bajo control. “Estas niñas estaban teniendo el peor día de sus vidas. Intentaba ser amable, pero sin perder el control. Me dije a mí mismo que no estaba en riesgo y tenía que enfocarme en el trabajo, una cosa a la vez”.

La tripulación hizo espacio para cuatro niñas en el MH-65E. “Algunas se veían aterrorizadas”, dice Hopper. “Pasas de modo piloto a modo papá. Esta emergencia se sintió distinta porque soy papá de dos niñas, las dos de menos de cinco años, y me conmovía ver a estas niñas poco más grandes”. Las llevaron a una escuela cercana en Ingram, donde se había establecido un área de atención. Luego, volvieron a recoger a más sobrevivientes. Eventualmente, completaron cuatro viajes y recogieron a 11 personas más. “Recuerdo a una niña en particular de ocho o nueve años con lágrimas corriendo por sus mejillas”, dice Hopper. “Le sonreí y le mostré un pulgar arriba. Ella me devolvió el gesto y, con miedo, pero sonrió también”.

Ruskan llamó por radio a otros helicópteros, incluidos Black Hawks del Ejército de EEUU que pueden llevar hasta a 20 personas. Ruskan escuchó que muchos de los niños y consejeros habían estado en exteriores desde las 2:00 am, y estaban mojados y con frío. “Estaban llorando y preguntando por sus familias”, dice. La evacuación continuó por tres horas. Los helicópteros aterrizaban, recogían personas y despegaban de nuevo.

Ruskan confirmó que las 32 personas que faltaban habían sido transportadas por helicópteros del ejército. El MH-65E ya tenía poco combustible y el equipo había pasado más de 24 horas en servicio, así que decidieron descansar en Kerrville. “En ese momento, no había asimilado lo que habíamos hecho”, dice Ruskan. Intentaba dormir, pero no podía dejar de pensar en cada detalle de lo ocurrido. Pensaba en los que se habían salvado y también en las vidas que se perdieron. A fin de cuentas, 116 personas fallecieron en Kerr County, incluidas 27 en Camp Mystic. “Hubo momentos muy atemorizantes, pero los riesgos estaban justificados. Era lo que teníamos que hacer”.

El equipo de Hopper, Ogujiofor, Reeves y Ruskan fue reconocido por haber salvado a 15 personas y por apoyar en el rescate de 169 más. Más tarde, la secretaria de seguridad interior de Estados Unidos, Kristi Noem, y el presidente, Donald Trump, le dieron a Hopper y Ruskan la “Distinguished Flying Cross”, la cual se otorga a los miembros del servicio por su “heroísmo o logros extraordinarios”. Ogujiofor y Reeves recibieron la “Air Medal”. “Muchas agencias hicieron un gran trabajo”, dice Ruskan, “nosotros solo fuimos una pieza del rompecabezas”.

Hopper dice que fue hasta que llegó a casa que finalmente pudo relajarse física y emocionalmente. “Mis dos hijas se acercaron corriendo, las abracé y rompí en llanto”, dice. “Es un proceso que tiene muchas capas. Está la emoción, pero también la tristeza por lo que pasaron estas niñas y las pérdidas humanas. Tuve el privilegio de estar en la posición en la que cualquier padre habría querido estar: volar un helicóptero, recogerlas y llevarlas a un lugar seguro. Pensar en todo esto tiene un impacto muy grande en mí”.

A pesar de que se trató de un rescate de alto perfil, Ruskan sigue siendo el novato, de acuerdo con el jefe Hyde, quien lo molesta porque aún no ha hecho un rescate marítimo. En cuanto a Ruskan, aún siente anticipación por el sonido de la alerta. Es para lo que entrenan los nadadores todos los días y lo que vivió con las niñas le demostró que eligió la carrera correcta. Dice que muchas marcas lo han contactado, ofreciéndole todo tipo de tratos. “Pero no me unía a la Guardia Costera para ser popular”, dice. “Quiero continuar haciendo mi trabajo y eso es rescatar personas”.

BEN COURT es el editor ejecutivo de Men’s Health

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